domingo, 14 de diciembre de 2014

Introducción a la Fenomenología Musical (II)



Camino Fenomenológico hacia la Obra de Arte

Francisco José Martín-Jaime


Con el siguiente artículo[1], pretendo, mediante una reducción fenomenológica en sí, establecer lo siguiente.

En primer lugar, qué es una obra de arte y porqué deviene en diferente y superior a cualquier otra cosa hecha por el ser humano e, incluso, por la propria Natura.

En segundo lugar, ejemplificar cómo se realiza una reducción fenomenológica.


El proceso fenomenológico, en cuanto a estudio del fenómeno en sí, consiste –muy suscintamente– en despojar a la cosa (sujeto) que produce en nosotros (individuo) de todos aquellos componentes (cogitationes y trascendencias) que no sean su misma esencia. Si bien a cualquier otra persona la esencia de la obra de arte únicamente le afecta en cuanto a fenómeno, el músico, el músico práctico y más concretamente el director de orquesta, ha de ser consciente no solamente de dicha esencia, sino del camino fenomenológico en sí, puesto que recorrer dicho camino es lo que le puede llevar a saber una obra que luego ha de interpretar, y no únicamente conocerla. Si bien el estudio de todos los fenómenos inherentes a la obra llevará a una perfección interpretativa, sólo la íntima sublimación de su esencia, de su Dasein conllevará la re-creación que es, in extremis, la misión del músico y, por ende, del director de orquesta.

El proceso y estudio mencionados pueden ser recorridos, de forma intuitiva (recordemos a Schopenhauer) por el intérprete solitario. Pero el director de orquesta, quien no sólo tiene que saber la obra, sino que saber explicarla, ha de hacer dicho camino de forma consciente.

Todo aquello que no sea saber la obra, hasta su última consecuencia, hasta su Dasein, antes de re-crear el sujeto (la obra) para re-producir el fenómeno en el público, convertido así en segundo individuo, es traicionar la Voluntad del Creador, es mancillar la Música y es banalizar indignamente el Arte y la Música.

¿Qué hace que una Obra de Arte sea, digamos, un objeto de índole superior? ¿Por qué una Obra de Arte ha de ser, y de hecho, es tenida en mayor consideración que cualesquiera otros objetos? ¿Por qué el ser humano, que ha desarro­llado la tecnología, la fabricación de utensilios, el uso sistemático de herramientas, que se precia en tener un cerebro superior al del resto de los seres vivos de la Creación, tiene desde sus orígenes tanto respeto y veneración a la Obra de Arte?

Partamos de la base de que una obra de arte es también un objeto. ¿Es más un objeto que otro? De hecho, ¿es más considerada una obra de arte en cuanto a objeto, en cuanto a materia?

Una escultura hecha en mármol, lógicamente, no ha de tener menor valor económico que un bloque, del mismo peso, de otro material, por ejemplo, de oro. Ni la misma escultura, hecha en oro, ha de valer artísticamente más que hecha en bronce, plata, mármol o granito. El hecho de que una pintura esté hecha sobre lienzo, sobre madera o sobre metal, o el coste de adquisición de los materiales por el pintor no cambian tampoco su valor artístico.

Es pues, bastante evidente, que el valor intrínseco del objeto, referido a una obra de arte, no depende de su materia, puesto que la materia del objeto no influye en su valor artístico. Visto desde el punto de vista contrario, el bloque de piedra, los botes de pintura o las cuerdas del violín no van a revalorizar, en términos artísticos, a la obra.

Si la obra de arte, como objeto, no es la que aporta su valor, ¿podrá ser entonces su elaboración? ¿Será el complicado trance de su creación, el “doloroso parto” que alumbre la Obra, lo que establezca esa valoración, esa reverencia por parte de la sociedad humana?

Habríamos de tener en cuenta la común raíz de la palabra Arte con la de artesano (o artesanía). Pero esa misma diferencia en la apreciación de la propia definición de una y otro conlleva un abismo tal que resulta insalvable a la razón la comparación entre una manufactura y una obra de arte.

Si bien ya hemos establecido un primer estadio de reducción en la obra de arte, en cuanto a objeto, hemos de caminar un paso más allá, hasta el concepto de utensilio[2]. El ser humano, como animal inteligente, utiliza herramientas hechas por él mismo, modificadas respecto a cómo las encontró en la Naturaleza. La obra de arte, en sí, es también otra modificación de la Naturaleza. Aunque, como Heidegger, podamos discernir que el bloque de piedra ya contiene la escultura en sí, es por y mediante la manufactura, la mano del hombre, por lo que devendrá en un bloque de sillería, un escalón, un banco o una escultura. O gravilla, tanto da. La cuestión, el quid es que una misma mano humana puede reducir una materia originaria en múltiples utensilios diferentes, y que la misma cantidad de materia, dependiendo de su manufactura y de su utilidad y utilización devendrá en mera cosa o en obra de arte. Es también evidente, por tanto, que el valor artístico de la obra de arte tampoco viene dado por haber sido pensada, manipulada y modificada por la mano humana, puesto que la mayor parte de meras cosas que lo han sido no son consideradas por el mismo ser humano como obra de arte.

Evidentemente, tampoco depende dicha valoración de la dificultad del proceso de elaboración o del uso dado al utensilio, puesto que, precisamente, la obra de arte no tiene un destino útil directo, en la inmensa mayoría de ellas. Una escultura no sirve para nada que no sea su contemplación, o una obra musical para nada más allá de su deleite sonoro, como utilidad práctica, física. En cambio, un atornillador sí sirve físicamente para algo; pero a nadie se le ocurriría darle más valor moral a un atornillador que a Las Meninas de Diego Velázquez.


Y, por ende, no es tampoco ninguna de las cualidades físicas de la materia las que le confieren valor, ni tampoco el grado de perfección física, material, con que se haya terminado. Basten recordar los fragmentos de lienzo al aire en algunos Greco o las deficiencias en la instrumentación de algunas sinfonías de Beethoven, Schummann o Brahms.

Recapitulando, no es el valor como objeto, basto o elaborado, el que se le confiere a una obra artística, puesto que hay meras cosas sin valor artístico y utensilios sin valor artístico, mientras que las obras de arte son, a su vez, meras cosas y utensilios.

¿Cuál será, pues su verdadero valor? En palabras de Heidegger,

«… desde el momento en que llamamos meras cosas a las cosas propiamente dichas, nos estamos traicionando claramente. En efecto, ‘meras’ significa que están despojadas de su carácter de utilidad y de cosa elaborada. La mera cosa es una especie de utensilio, pero uno desprovisto de su naturaleza de utensilio. El ser-cosa consiste precisamente en lo que queda después. Pero este resto no está determinado propiamente en su carácter de ser. Sigue siendo cuestionable si el carácter de cosa de la cosa puede llegar a aparecer alguna vez, desde el momento en que se despoja a la cosa de todo carácter de utensilio. De esta manera, la tercera interpretación de la cosa, la que se guía por el entramado materia-forma, se revela como un nuevo atropello a la cosa.»[3]








[1] El presente artículo reproduce íntegramente uno de los capítulos del libro «Fenomenología Musical» de Martín-Jaime (Ed. Teutoburg, Barcelona. En preparación).


[2] Heidegger, Martin. «Caminos de Bosque» (op. cit.) En el Primer Camino, “El Origen de la Obra de Arte”, que Heidegger abre con la siguiente cuestión: «La pregunta por el origen de la obra de arte pregunta por la fuente de su esencia. Según la representación habitual, la obra surge a partir y por medio de la actividad del artista. Pero ¿por medio de qué y a partir de dónde es el artista aquello que es?», el autor se propone llegar al origen de la Obra; aunque es cuestionable si lo logra o no, establece indudablemente que «la utilidad es ese rasgo fundamental […]. Sobre esta utilidad se basan tanto la conformación como la elección de materia que viene dada previamente con ella y, por lo tanto, el reino del entramado de materia y forma. Los entes sometidos a este dominio son siempre producto de una elaboración. El producto se elabora en tanto que utensilio para algo. Por lo tanto, materia y forma habitan, como determinaciones de lo ente, en la esencia del utensilio. Este nombre nombra lo confeccionado expresamente para su uso y aprovechamiento. Materia y forma no son en ningún modo determinaciones originarias de la coseidad de la mera cosa.»


[3] Heidegger, Martin, ídem.



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